miércoles, 10 de agosto de 2011

¡Qué día más bello!

- Vaya día de primavera delicioso que estamos teniendo -se dijo, el bueno de Anselmo.

Por fin parecía que la época lluviosa estaba llegando a su fin y comenzaba ese tiempo de calor diurno y frescor nocturno que acunaba los sueños de los que vivían en la gran ciudad.

Hoy habría sido un excelente día para bajar con su nieto al parque.

Llevaba 3 meses sin salir a la calle por esa maldita enfermedad que le tenía postrado en la cama del hospital. Allí le trataban bien pero la comida era espantosa, nada que ver con la de su Manuela: que nunca fue gran cocinera, ni esposa, pero todo era mejor que los insípidos platos que se repetían semanalmente en la clínica.
Ahora eso no importaba.

Él era feliz. Feliz como nunca en su vida. Todos los seres que había querido estaban a su alrededor. Incluso estaba Román, con el que tantas partidas al ajedrez había echado en la residencia, donde sus hijos le enclaustraron porque ninguno tenía tiempo ni espacio, en sus chalets, para hacerse cargo de él.

Allí estaba, en el centro de todos, tumbado sobre la madera fría de su nuevo traje, contemplando el maravilloso firmamento de aquel precioso día de primavera.
Tenía que decirlo, aunque nadie le escuchase:

- Qué día más bello -

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